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Por: Mons. Alfonso Miranda Guardiola

Es bueno y necesario, que la Pastoral beba de la rica espiritualidad que germina en la familia. La familia es la Iglesia doméstica (cfr. Lumen gentium, 11; Amoris laetitia, 67); en ella los cónyuges y los hijos están llamados a cooperar para vivir en el misterio de Cristo, a través de la oración y del amor implementado en la concreción de la vida cotidiana, y de las diversas situaciones familiares, en el cuidado recíproco capaz de acompañar de tal forma que nadie sea excluido ni abandonado. «Y no podemos olvidar que a través del sacramento del matrimonio, Jesús está presente en esa barca», la barca de la familia.

Desde hace tiempo, «la familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades» (Evangelii gaudium, 66). Además, muchas familias sufren la falta de trabajo, de una casa digna o de una tierra donde vivir en paz, en una época de cambios grandes y rápidos. Estas dificultades recaen en la vida familiar, generan problemas relacionales. Hay muchas «situaciones difíciles y familias heridas» (Amoris laetitia, 79). La misma posibilidad de constituir una familia hoy, es a menudo ardua y los jóvenes encuentran muchas dificultades para casarse y tener hijos.

De hecho, los cambios epocales que estamos viviendo retan a la Pastoral Familiar, a afrontar los desafíos de nuestro tiempo y a hablar un lenguaje que sea comprensible para todos, y así ayudar a «superar las adversidades y las oposiciones», y favorecer una «nueva creatividad, para expresar en los desafíos actuales, los valores que nos constituyen como pueblo en nuestras sociedades y en la Iglesia, Pueblo de Dios».

La familia desarrolla hoy un rol decisivo «en los caminos de “conversión pastoral” de nuestras comunidades, y de “transformación misionera de la Iglesia”». Para que esto suceda, es necesaria una sensible y profunda reflexión, que esté verdaderamente atenta a las heridas de la humanidad.

La Iglesia, en su recorrido sinodal, se construye en la escucha recíproca entre los que componemos el Pueblo de Dios. En este caso: «¿cómo sería posible hablar de la familia sin interrogar a las familias, escuchar sus alegrías y sus esperanzas, sus penas y sus angustias?».

El matrimonio y la familia constituyen hoy un verdadero y urgente “kairos ”, un Kerygma para toda nuestra Pastoral, para repensar las categorías interpretativas de la experiencia de vida (humana, espiritual y evangelizadora), a la luz de lo que sucede en el ámbito familiar.

El Evangelio de la familia, debe presentarse, como una respuesta a las expectativas más profundas de la persona humana: a su dignidad y plena realización en la reciprocidad, la comunión y la fecundidad” (AL 201).
El Evangelio de la familia debe anunciarse con valentía, con celo y alegría, sobre todo, a los jóvenes. Necesitan saber que el matrimonio y la familia encuentran lo que ya sienten en su corazón, los más altos ideales y las más sinceras inspiraciones que nutre su alma: el amor, el altruismo, el compañerismo y la amistad, la confianza mutua, la generosidad, la sinceridad, el deseo de intimidad afectiva y física, la acogida de la vida.
Y recordar, con vehemencia, que de las familias salen los catequistas, las vocaciones sacerdotales y religiosas, son las familias las que se ofrecen como voluntarias para muchos servicios de caridad y solidaridad que realiza la Iglesia. Y lo mismo en el ámbito social: sin familias sólidas presentes en la zona, aumenta el número de personas solas y con ello la propagación de la depresión y diversas formas de angustia psicológica, los ancianos terminan siendo desatendidos con graves repercusiones, entre otras cosas, en los costos de la asistencia pública, aumenta la deserción escolar entre los menores, aumenta la delincuencia juvenil, aumenta la propagación de las adicciones. ¡Sin la familia, la sociedad se deteriora!

Es necesario, por tanto, presentar el matrimonio y la familia, como un camino dinámico de desarrollo y realización, en lugar de «como un peso a soportar toda la vida» (AL 37).

¡La alegría del amor, que encuentra en la familia un testimonio ejemplar, puede volverse signo eficaz de la alegría de Dios que es misericordia, y de la alegría de quien recibe como don esta misericordia!

Pregunta a meditar y reflexionar, escuchándonos todos:

¿Cómo pueden testimoniar hoy las familias cristianas, en el gozo y en las fatigas del amor conyugal, filial y fraterno, la buena noticia del Evangelio de Jesucristo?

Oración:

Padre de amor,
te encomendamos a nuestras familias
para que permanezcan en la unidad.
Acrecienta en ellas el amor,
esa fuerza que hace a los padres
donarse por sus hijos.

Señor Jesucristo,
protege a nuestras familias,
para que en ellas habite tu Palabra,
y ésta sea la luz que
guíe los caminos de las
nuevas generaciones .

Dios Espíritu Santo
que con el Padre y el Hijo forman
la perfecta comunión de amor.
Ilumina a nuestras familias
para que no les falte
la fuerza para hacer
caminos del amor,
puentes de fe,
y así transmitan a las
futuras generaciones
la Buena Nueva de salvación.

Santa María, madre nuestra,
que junto a San José, hombre justo,
asumieron la misión de cuidar
al Salvador del mundo,
intercedan por nuestro país
para que nuestros gobernantes
susciten leyes en favor de la familia,
la protejan y la promuevan.

Amén