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Catequesis: ¿Cómo transmitir la fe en la familia actual?

Actualmente la concepción que se tiene acerca de la familia, en distintas ocasiones puede ser reduccionista y quizá se corra el riesgo de menospreciar los valores fundamentales de esta “vivencia de comunión”; en efecto, es necesario recordar lo que el Santo Padre Francisco mencionó con respecto a esta realidad: “No dejemos que se contamine [la familia], con los venenos del egoísmo, del individualismo, de la cultura, de la indiferencia y del descarte”…

Así pues, las mayores dificultades que se viven en la época actual versan en la separación y el abandono de uno de los cónyuges, matrimonios civiles sin celebración sacramental, uniones libres sin sometimiento a la ley civil o eclesiástica, entre otras. Ante esto, La Iglesia, como comunidad de bautizados, se ha esforzado en proponer estrategias que puedan reavivar el carácter esencial de la familia.

Aunado a lo anterior, no hay que olvidar que el matrimonio y la familia siempre han sido realidades que la Iglesia, a través del tiempo, ha procurado custodiar, sin embargo, actualmente pareciera que la Iglesia ha perdido el control sobre el matrimonio y la familia. Pues bien, conscientes de las grandes dificultades que hoy vivimos, la Doctrina Social de la Iglesia ha de mostrar mayor interés en consolidar las relaciones conyugales y la educación de los hijos, tomando en cuenta que cada familia vive y experimenta situaciones familiares distintas.

Consecuentemente, ante las contrariedades que puedan permear en la familia, la comunidad eclesial ha duplicado esfuerzos por rescatar los valores fundamentales de las familias y a su vez, de los matrimonios. Con base en esto, lo primordial es recordar que todo hogar tiene una misión concreta, que no es otra cosa más que esforzarse por ser cada vez más una comunidad de vida y amor, en una constante tensión que busca hallar su cumplimiento y perfeccionamiento en el Reino de Dios. En efecto, la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia, su esposa. En este sentido, a través de la vivencia del amor y bajo el presupuesto de comunión, es fundamental caminar bajo los siguientes presupuestos:

Una educación permanente al amor y a los valores humano-cristianos: Si el amor es el centro del matrimonio y la familia, es lógico que el gran esfuerzo de la Iglesia, y de las mismas familias, se centre en una verdadera educación permanente, con palabras, pero sobre todo con el testimonio; así entonces, los valores que han de enfatizarse en este contexto, han de ser propiamente: “la solidaridad, la justicia, el respeto a la vida, la libertad, la verdad, el cuerpo y la sexualidad, la vida compartida y comunitaria, la fe y la esperanza cristianos, la cultura, el bien social, entre otros”.

Acompañamiento pastoral y espiritual de los casados: Es importantísimo que, para que exista una adecuada transmisión de la fe por parte de los esposos para con sus hijos, se procure que el acompañamiento esté integralmente basado en descubrir y vivir su nueva vocación y misión; ayudarles para que asuman su responsabilidad ante los nuevos problemas que se presentan, en el servicio recíproco y en el compartir cotidiano en la vida de las familias; enseñarles a acoger cordialmente y valorar inteligentemente la ayuda discreta, delicada y valiente de otras parejas que tiene experiencia en el matrimonio y la familia; favorecer que se transmitan en familia los valores cristianos, y que los matrimonios jóvenes se sientan no solo receptores de consejo y ayuda, sino también fuente de enriquecimiento y renovación de otras familias.

Realizar una verdadera evangelización con y desde la familia: Se sugiere en primera instancia que exista una transmisión directa del kerigma, con una llamada a la conversión y a la fe. Ante esto es necesario el acompañamiento adaptado a cada momento y a cada situación, lo cual requiere permanencia y constancia en la cercanía, en el encuentro personal y comunitario, en la comunicación y en la acción viva.

Otro aspecto a tener en cuenta ha de ser la importancia de la transmisión de la fe como vivencia continua y vivificante. En efecto, ante esta realidad, las Sagradas Escrituras recuerdan la importancia del testimonio y del diálogo que los padres ejercen con los hijos, específicamente en el Antiguo Testamento: «Graba en tu corazón los mandamientos que yo te entrego hoy, repíteselos a tus hijos, habla de ellos tanto en casa como cuando estés de viaje, cuando te acuestes y cuando te levantes». [Dt. 6, 6-7].

Por esta razón, es importante que se tengan presente algunas condiciones básicas que ayudarán en la transmisión continua de la fe hacia las nuevas generaciones. A saber:

Una familia cristiana que desee serlo en verdad aspirando a vivir su realidad familiar de acuerdo con las exigencias de la fe, procurando que en el hogar se den unas condiciones básicas de convivencia familiar sana, es decir, “que la familia sea capaz de compartir su fe mediante la oración, la Celebración de la comunidad, y la escucha de la Palabra de Dios”.

Es fundamental que los padres se quieran y que los hijos sepan que se quieren, pues saber y experimentar que los padres se quieren es la base para crear un clima de confianza, seguridad y convivencia gozosa. Bajo este clima es más favorable que se pueda vivir la fe.

Afectividad de los padres hacia los hijos: Es de suma importancia la atención personal a cada uno, es decir, la cercanía, dedicarles tiempo, interesarse por sus cosas, hablar con cada uno de diferentes temas, favoreciendo un ambiente de respeto. Los padres ejercen una importante función simbólico-mediadora. De alguna manera, los hijos perciben a través de ellos y de su bondad, compañía, respeto, perdón, el misterio de un Dios Bueno; de un Dios que es Padre.

Dentro del núcleo familiar ha de estar la comunicación. Así pues, la falta de comunicación impide la vivencia de la fe en el hogar, por esto ha de incrementarse la comunicación de la pareja entre sí y por ende la comunicación con los hijos, evitando lo que sea desconfianza, recelo, dictadura, agresividad, imposición de silencio.

Con este presupuesto, es importante charlar con los hijos, escucharlos sobre los asuntos que afectan a toda la familia, distribuir amistosamente tareas, participar de los éxitos o dificultades de los hijos en los estudios, teniendo en cuenta que para un hijo es muy importante que los padres le dediquen tiempo a él solo. No es tan importante estar mucho tiempo, sino que cuando la familia se reúne se pueda estar a gusto en un clima de confianza, cercanía y cariño.

Los padres, en general, se preocupan mucho de la formación humana y académica de sus hijos por las consecuencias que puede tener para su futuro. Quieren para el hijo lo mejor. Sin embargo, no siempre se da la misma importancia a la educación en la fe. Ser creyente o no serlo, no parece muy importante para el futuro feliz del hijo. Y muchos padres «delegan» esta tarea a la catequesis parroquial o al colegio, olvidando que ellos son primordialmente los primeros maestros de oración y evangelización.

Oración:

Jesús, María y José,
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.

Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas iglesias domésticas.

Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.

Santa Familia de Nazaret,
haz tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.